jueves, 25 de octubre de 2007

Desmantelando la Sanidad Pública

La Voz de Galicia ha publicado una indignante entrevista con Manuel Martín, portavoz de la Plataforma de Defensa de la Sanidad Pública. En ella revela lo que todos ya sabíamos: la doble dedicación de muchos de nuestros médicos, por la mañana en la Seguridad Social y por la tarde en consulta privada. Este médico afirma que los pacientes que acuden al chiringuito particular que tiene montado el galeno de turno, después son colados en las listas de espera públicas. Y si les regalas un jamón, a ser posible de bellota pues los médicos suelen ser de morro fino, con suerte hasta te hacen un 2x1 quirúrgico. Lagarto, lagarto.

Lo más sorprendente de esta realidad que todos conocemos y hemos sufrido, aunque no aparezca en los telediarios, radica en que esta práctica es ilegal. Pero aquí no pasa nada, y si pasa, se le saluda. Al parecer, cientos de médicos españoles desatienden a diario y premeditadamente sus consultas matinales. Su único objetivo es que todos aquellos bichos raros que quieran dejar de estar enfermos, acaben pasando por su caja, que el fin de año en Baqueira sale por un pico. Y el que no pueda pagárselo que le atienda Vilches, ahora que ha salido de la trena, donde todos estos doctores corruptos deberían estar.

Estamos asistiendo a un progresivo desmantelamiento de nuestra Sanidad Pública, que antaño fue una de las mejores del mundo. De hecho, los nuevos hospitales de la red sanitaria madrileña van a externalizar las pruebas analíticas. Lo que no sabemos es si serán los pacientes quienes deban pasear el botecito por todo Madrid, o ya se encargarán en el hospital de hacérselo llegar al laboratorio. Visto cómo está el patio, no sería de extrañar que acogiéndote a la primera opción te puedan ofrecer número para operarte de varices en el 2010, aunque todavía no las padezcas. Es lo que se podría denominar medicina futurista, pues de tanto paseo con el botecito y tanto esperar de pie, seguro que te acaban saliendo. Y que luego digan algunos agoreros que no progresamos...

Para ahorrar gastos probablemente acaben pidiéndonos que llevemos la orina en una botella de vino, eso sí, de vidrio, que es reciclable. Y que conste que esto último no es fruto de mi imaginación, porque siendo adolescente presencié atónito cómo una enfermera abroncaba a un anciano pobre por ese motivo. Se notaba que el hombre no era usuario de consultas vespertinas, pues tuvo la poca delicadeza de llevar su muestra urinaria en una botella del Tío de la bota. Un paciente con clase lo hubiese hecho en una de Moët Chandon, pero siempre tras habérsela basculado el agradecido especialista de pago a la salud de Hipócrates.

viernes, 19 de octubre de 2007

La Canada Real

Desde hace décadas la miseria al por mayor crece entre incineradoras, vertederos y escombreras. Los parias de la tierra que genera Madrid suelen acabar en el mayor terreno ocupado ilegalmente de toda España. Allí no existe la propiedad privada, ni los impuestos, ni tan siquiera los concejales. Como no todo iban a ser buenas noticias, la Cañada ha acabado siendo el mayor hipermercado de la droga de toda la Comunidad de Madrid, con decenas de narcos que se han instalado en chalets a tutiplén. La pacífica ciudad sin ley de antaño se ha convertido en la mayor concentración de drogadictos por metro cuadrado del país, como consecuencia del desalojo del poblado de las Barranquillas.

Según denuncia la Gerencia de Urbanismo, cada tres días surge una vivienda nueva en la Cañada. Pero la propia Administración, paradójicamente, es quien más incumple la ley. Al parecer estaría prohibido que unos 4.000 camiones la atraviesen diariamente o que se pueda verter nada allí. A mediados de los noventa la Comisión Europea calificó la Cañada Real como “un delito ecológico sin precedentes en el continente”. Y nosotros, ciudadanos de a pie, podríamos calificarla también como “el poblado de la injusticia”, y no sólo porque allí se incumpla la ley cada minuto.

Los informativos en televisión están poniéndose las botas con las espectaculares imágenes que están grabando a diez kilómetros del Pirulí. Probablemente alguno de los talentos de TVE que está recortando la plantilla, pero no su propio sueldo, esté planteándose suprimir la corresponsalía en Oriente Medio, que sale por un pico. Bastaría con mandar a la Cañada a Agustín Remesal con el abono transportes y un casco quitamultas, que de la ambientación ya se encargan los lugareños y la policía. La violencia está siendo el gran reclamo para los medios de comunicación, pues vende más una pedrada de moro que una china de hachís.

Bajo ese ambiente prebélico más propio de Gaza que del extrarradio de una capital europea, subyacen dos dramas ante los que solemos mirar hacia otro lado. Por una parte la pobreza, pues sus habitantes son la escoria de una sociedad que pretende depurarlos junto a una incineradora. Y por otro la delincuencia y la drogadicción, consecuencia directa de la citada miseria. Aun así, sus desesperados habitantes están dando a todos los telespectadores una sobrecogedora lección de solidaridad. Un concepto que para ellos todavía conserva intacto su auténtico significado. Nosotros podemos seguir votando a la presunta izquierda, leyendo El País o Público, declarándonos progresistas e insultando a Bush y a Aznar. Pero mientras la indigencia siga creciendo en nuestras cloacas, suplico que ningún hipócrita me hable solemnemente de igualdaz o solidaridaz, que cambio de canal.

Desde hace décadas la miseria al por mayor crece entre incineradoras, vertederos y escombreras. Los parias de la tierra que genera Madrid suelen acabar en el mayor terreno ocupado ilegalmente de toda España. Allí no existe la propiedad privada, ni los impuestos, ni tan siquiera los concejales. Como no todo iban a ser buenas noticias, la Cañada ha acabado siendo el mayor hipermercado de la droga de toda la Comunidad de Madrid, con decenas de narcos que se han instalado en chalets a tutiplén. La pacífica ciudad sin ley de antaño se ha convertido en la mayor concentración de drogadictos por metro cuadrado del país, como consecuencia del desalojo del poblado de las Barranquillas.

Según denuncia la Gerencia de Urbanismo, cada tres días surge una vivienda nueva en la Cañada. Pero la propia Administración, paradójicamente, es quien más incumple la ley. Al parecer estaría prohibido que unos 4.000 camiones la atraviesen diariamente o que se pueda verter nada allí. A mediados de los noventa la Comisión Europea calificó la Cañada Real como “un delito ecológico sin precedentes en el continente”. Y nosotros, ciudadanos de a pie, podríamos calificarla también como “el poblado de la injusticia”, y no sólo porque allí se incumpla la ley cada minuto.

Los informativos en televisión están poniéndose las botas con las espectaculares imágenes que están grabando a diez kilómetros del Pirulí. Probablemente alguno de los talentos de TVE que está recortando la plantilla, pero no su propio sueldo, esté planteándose suprimir la corresponsalía en Oriente Medio, que sale por un pico. Bastaría con mandar a la Cañada a Agustín Remesal con el abono transportes y un casco quitamultas, que de la ambientación ya se encargan los lugareños y la policía. La violencia está siendo el gran reclamo para los medios de comunicación, pues vende más una pedrada de moro que una china de hachís.

Bajo ese ambiente prebélico más propio de Gaza que del extrarradio de una capital europea, subyacen dos dramas ante los que solemos mirar hacia otro lado. Por una parte la pobreza, pues sus habitantes son la escoria de una sociedad que pretende depurarlos junto a una incineradora. Y por otro la delincuencia y la drogadicción, consecuencia directa de la citada miseria. Aun así, sus desesperados habitantes están dando a todos los telespectadores una sobrecogedora lección de solidaridad. Un concepto que para ellos todavía conserva intacto su auténtico significado. Nosotros podemos seguir votando a la presunta izquierda, leyendo El País o Público, declarándonos progresistas e insultando a Bush y a Aznar. Pero mientras la indigencia siga creciendo en nuestras cloacas, suplico que ningún hipócrita me hable solemnemente de igualdaz o solidaridaz, que cambio de canal.

jueves, 18 de octubre de 2007

Los pisos de Don Ramón

De orden del señor Gallardón se hace saber que a Sarkozy le han devuelto el rosario de su madre, que el PP no condena la placidez del franquismo, que el domingo Alonso espera que le arranque su Mercedes, que la Bolsa sube para los ricos y baja para los pobres, que en la Comunidad Valenciana ya no hay sequía, que los Beckham no están flipando en Los Ángeles, que María Teresa Campos ha vuelto sin Terelu, que esta noche hay expulsión en Gran Hermano, que se ha casado el hijo de una baronesa, que en un poblado chabolista de Madrid están a pedrada limpia, que los trenes siguen sin funcionar en Barcelona, y que en China a Carod Rovira también lo llaman Josep Lluís.

Extractadas ya las noticias de mayor interés para el futuro del pueblo español, hablemos en páginas interiores de un asunto anecdótico para los ciudadanos: la vivienda. El presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, ha traído muchos hijos al mundo, como casi todos los ricos. Y como todo buen padre de familia, también se ha preocupado de su porvenir. Para ello, nada mejor que haberles conseguido viviendas protegidas a tres de sus vástagos, de edades comprendidas entre los dieciséis y los veinticuatro años, por la cuarta parte de su precio de mercado. Y eso que según reconoce una sentencia judicial, a día de hoy ninguno de los tres está viviendo en los pisos públicos que les ha agenciado su papá. Debe ser que como son de buena familia, o sea, de derechas y misa dominical, los hijos querrán seguir el modelo cristiano de llegar a los 33 años sin haberse emancipado, pese a que ya no tienen excusas para seguir viviendo en casa del presidente de Raúl.

Ahora que se habla tanto del homenaje al siete blanco, creo que quien realmente lo merecería es Don Ramón. Cada uno de los 220.000 madrileños que están en la lista de espera del IVIMA, podría aportar un euro para obsequiarle con uno de esos hermosos Oscars, paradigma del buen gusto, que antaño se estilaban con la leyenda “Al mejor padre”. Y quizá con el poco dinero que sobre, incluso podría comprarles otro par de áticos a sus desvalidos retoños. Aunque creo que a Esperanza Aguirre ya le quedan pocos en oferta, pues se los quitan de las manos, payo. Menudo padre rumboso, que hasta lleva a toda su prole a un palco VIP sólo para verle los bíceps a Nadal. Ojalá los nuestros tomen buena nota, ahora que se acerca la Navidad. Aunque me temo que este año en vez de pisos volverán a regalar un balón, y a ver si el chaval nos saca de pobres.

miércoles, 17 de octubre de 2007

La carta de ajuste

Cuando en España se hacía televisión, la carta de ajuste era la cortinilla catódica tras la que se cocinaba a fuego lento una programación que paliaba la precariedad de medios con ilusión y talento. Igual que hoy, que estamos llevando el ecologismo a tal grado de sofisticación, que reciclamos la basura para convertirla en televisión, como dijo Woody Allen. En aquellos tiempos de carta de ajuste y UHF, los peques éramos facturados a la cama con Calimero (y los más tarras con la familia Telerín). Nunca acabé de entender por qué entonces los mayores se quedaban hasta el final de la emisión, si siempre acababa igual: los acordes del himno nacional acompañando unas imágenes sin calcinar de la bandera española y la Familia Real.

A medida que la democracia fue abriéndose paso entre Tejeros y Rumasas, TVE aumentó sus horas de programación, para regocijo de los adoctrinadores de masas y cabreo de quienes veían las teles por detrás. No debemos olvidar que la paulatina desaparición de la carta de ajuste complicó la tarea de los servicios de asistencia técnica, pues fue creada para facilitar el trabajo a quienes por cambiar un condensador del viejo Telefunken te cobraban 12.000 pesetas de las de entonces y la voluntad. Ahora, los nuevos ventanos de diseño y extraplanos, como nuestros culos y nuestras almas, son tan inteligentes que se ajustan solos, aunque se averían igual. La única gran ventaja es que ya no hace falta hacerse un braguero en una ortopedia de la calle Carretas tras transportar uno de ellos.

Como actualmente se está imponiendo la TDT para ver frituras de basura en diferido, podrían habilitar un canal temático que emitiese permanente la carta de ajuste. Acompañada musicalmente por la programación de Radio Clásica o incluso de Radio Taxi, sería sin duda lo mejor de la parrilla televisiva española. Aunque me imagino que acabarían interrumpiendo a Tchaikovski o Camela, intercalando anuncios de aparatos domésticos de gimnasia o de cremas estéticas de baba de caracol, vendidos por gente que si dejase de sonreír se le saltarían todos los puntos.

Otro Sabina nos cantaría si lográsemos encontrar nuestro manual de instrucciones, perdido entre las facturas del gas y del taller del coche. Descubriríamos alborozados que si recuperamos la ilusión, jamás expirará nuestra garantía. Bastaría con resetear las programaciones automáticas de nuestras mentes, para volver a disfrutar como espectadores de la vida y sus días. Podríamos ver nuevamente la belleza, con su infinidad de brillos, contrastes y colores, sin necesidad de ser ajustados por nuestros servicios técnicos en la Seguridad Social. Pero si seguimos abiertos veinticuatros horas, como un vulgar cajero automático, será imposible el milagro. Hasta la caja más tonta necesita un descanso.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Gracias a la vida

Siempre se ha dicho que una línea muy fina separa la vida y la muerte. Unos metros, unos segundos, pueden ser decisivos para que permanezcamos o desaparezcamos de nuestra realidad espacio-tiempo, para que el espectáculo pueda continuar o bajemos definitivamente el telón de nuestro teatro ambulante. Si no hubiera estado allí aquella tarde, si hubiese frenado a tiempo, de no haber sido por esa vecina que me entretuvo contándome las matrículas de sus nietos... Cuántas veces habremos pensado en situaciones que comenzaron como simples anécdotas y acabaron decidiendo nuestras vidas. De cuántos trenes nos habremos bajado o subido en marcha, escribiendo así lo que la humanidad llama destino.

Somos más de seis mil millones de habitantes en el planeta. Mientras terminas de leer este artículo habrán muerto varios de ellos, por los que seguramente no tendrás que acudir a un funeral acompañando sentimientos, como si el dolor pudiera compartirse. Ayer, sin embargo, un país entero comenzó a preparar el luto mientras ponía la mesa. Y todo porque unos desgraciados se creyeron legitimados para fijar el día y la hora del final de la vida de uno de los ciudadanos del mundo. Algunos medios incluso anunciaron su muerte, y dos lágrimas cayeron sobre un plato de lentejas por quien, hasta ese momento, era sólo otro inquilino anónimo de la vida. Pero ésta ayer quiso ser benévola, y escoltó agradecida a quien a su vez arriesga la suya por la de los demás. Afortunadamente un hombre volvió a nacer, y como su madre no estaba en casa, que diría Gila, la llamó inmediatamente, eso sí, con un móvil.

De la desolación inicial pasamos a una súbita alegría. Contra todo pronóstico, la vida había ganado esta vez la partida a una muerte anunciada y segura. No sabemos si se salvó por la divina providencia o por la suerte, dependiendo del credo de cada cual. Pero sí que un inocente, una persona hasta ayer anónima, como tú y yo, podrá volver a su tierra llevado por sus propios pies y no por hombros ajenos. El destino no ha permitido que unos cobardes lo mataran cuando iba a regresar a casa. Mientras las ratas permanecen escondidas en sus alcantarillas, a la espera de nuevas y macabras órdenes, la libertad saldrá del hospital, chamuscada, eso sí, pero con entereza y la cabeza bien alta rumbo a Zaragoza. Allí estarán la Virgen del Pilar y su ofrenda de flores, los mantones de Manila, las jotas y los cachirulos, en una fiesta popular donde vecinos y visitantes nos juntaremos sin distingos, para celebrar un año más que la vida sigue. Menudos son los maños.

La leche

Ocurrió hace sólo unos días. Mis allegados ya me lo advirtieron, pero yo no les quise creer. Confiaba en que sólo fuesen rumores, truenos que se pierden lejanos al otro lado de las montañas mientras en estos prados todavía luce el sol. Fui el último en enterarme, como siempre: ella me era infiel con otro hombre más rico que yo. Pasé de la incredulidad a la desolación. Y lo peor es no que no puedo enfrentarme al que me la ha robado, pues los ladrones de guante blanco no dejan huellas. Supongo que le ha debido prometer un cencerro dorado y treinta días en Suiza, donde tendrá las cuentas que no paran de engordar a mi costa, ahora que le pago por ella un 20% más.

Yo siempre te fui fiel, vaquita mía. A diario encontré leche de otras vacas que intentaban flirtear conmigo, pero nunca me fui con otra. Te había cogido cariño tras varios años de un idilio lácteo ininterrumpido. No dimos ni un mal escándalo al Tomate, y nuestros allegados ya nos consideraban una pareja de hecho. Eras una más de la familia. ¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué el oro blanco que emanan tus esplendorosas ubres es hoy mucho más caro que hace una semana? Como veo que das la callada por respuesta quiero el divorcio. Espero que encuentres un empresario que te comprenda y te quiera más que nadie. Entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde, como Los Panchos. Pero debes saber que me voy decepcionado contigo, en busca de otros pastos y otras ubres que se hayan vendido menos al capital. Me has traicionado con el patrono, con lo progresista que eras cuando nos conocimos cantando La Internacional, ¿recuerdas?

Pero debo enjugar mis blancas lágrimas y buscarme a otra, aunque no será fácil olvidarla. Como tampoco debería de olvidar la ley de memoria histórica a aquellas heroicas nodrizas de posguerra. Qué hubiese sido de muchas personas sin la leche de esas mujeres, que secaban sus pechos para amamantar a medio barrio y a un recluta goloso que estaba haciendo la mili en Colmenar. De esa época, incluso antes de que se apruebe la ley, ya se están recuperando las vacaciones de tortilla con moscas en el pantano, para desgracia de Viajes Marsans. Vuelven los tiempos de escaseces, a esta España que hoy paga lo mismo por un litro de leche que de gasolina. Eso sí, si nos viésemos obligados a elegir, yo preferiré tener un coche que un hijo. El plan Prever me dará quinientos euros más que el Gobierno, y además tendré la seguridad de que es mío.

viernes, 5 de octubre de 2007

Hombre rico, hombre pobre

Un chico de veinte años puede pasar los próximos siete enchironado. El motivo: robar cuatro euros, un móvil y el vale de un Burger King. No sabía yo que la comida basura pudiese salir tan cara. Sus familiares sostienen que el reo no estaba en el lugar de los hechos cuando se produjo el robo. Además cuenta con testigos que declararon estar con el inculpado en el momento del citado delito. El juez no ha valorado estos testimonios porque provienen de amigos o conocidos del acusado. Es decir, que de nada sirve tener una coartada que pueda ser corroborada por un familiar o amigo, especialmente si el inculpado es pobre.

Supongamos que este muchacho hubiese pasado la tarde sin ningún conocido, pero viendo un partido de fútbol infantil con cincuenta padres como espectadores, ¿de qué le serviría tener tantos testigos, si no los conoce y por tanto no podría contactar con ellos para que declarasen? Rechazar testimonios porque procedan del entorno del acusado es un atropello judicial. Al parecer su señoría ha valorado exclusivamente la declaración de los dos menores víctimas del atraco. Desconozco si el veinteañero será culpable, pero eso no es lo relevante. Lo sustancial es que a un joven le puedan destrozar la vida por un delito así.

Por si esta noticia no fuese lo bastante grave, leo otra igual de indignante, y que se complementa con la primera: “La temporalidad en España triplica la de la Unión Europea”. Casualmente Andalucía, la tierra del reo, y Extremadura, son las comunidades donde la temporalidad alcanza las cotas más altas. La precariedad laboral llega a tales extremos, que hasta la Administración pública contrata habitualmente los servicios de cualquier vergonzante ETT. Mientras, los beneficios empresariales se disparan a costa de las rentas de los asalariados. Es lo que nuestro terrorismo empresarial denomina eufemísticamente “optimizar recursos”.

Menos mal que nuestra sociedad está llena de madridistas, gente civilizada y de bien donde las haya. No como los pobres del Atleti, impresentables que contaminan con su sola presencia, como nos demuestra el anuncio del Metro de Madrid. Eso sí, la señora presidenta ha cesado inmediatamente a sus responsables. Una cosa es que todos sepamos que los pobres dan grima, y otra muy distinta que nos pitorreemos de ellos públicamente. Estas cosas hay que hacerlas con disimulo, como hace el presidente blanco. Sin riesgo de pasar por el trullo, da gusto conseguir viviendas públicas a tus más allegados. ¿Por qué se las tendrían que quedar los pobres, pudiendo trapichear con ellas los ricos? Desengáñate. En esta España, que en el telediario llaman de la justicia social, los cientos de Calderones y sus distinguidos entornos jamás serán juzgados como un vulgar ratero del Betis.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Algunas gotas buenas

Llueve. En algunos lugares arrecia. Las televisiones retransmiten desde las localidades afectadas por las tormentas. Casas y negocios inundados, vecinos achicando agua y mirones saludando a lo Ronaldinho. En otras partes del mundo, las lluvias causan estragos mucho mayores, asolando hogares que nunca lo fueron. Terremotos, huracanes e incendios también son útiles a los medios, que movilizan unidades móviles y hacen un directo desde las zonas damnificadas. Y cuando la naturaleza se toma un respiro, si es que le resulta posible con la contaminación que la asedia, siempre pueden echar mano de los sucesos.

Nueva vuelta de tuerca al caso de los McCann, que ya no el de Maddie, pues todos suponemos la suerte que ha corrido. Otra niña aparece muerta tras haberla perdido su padre en claro estado de embriaguez. Otra mujer asesinada por su expareja pese a la orden de alejamiento. Dictaduras emergentes y en decadencia, quemas de banderas y fotos, violadores, terroristas... Parece que en el mundo sólo ocurren cosas malas, por lo que estamos condenados perpetuamente a sufrir esta gota malaya mediática. No es de extrañar entonces que el pueblo soberano acabe optando por Borja Thyssen, Paquirrín, Cañita Brava y el porno duro de las cadenas locales. O que las máximas audiencias se concentren en las retransmisiones deportivas.

Hoy están llegando al mundo millares de nuevas vidas. Mientras miles de seres humanos se matan por petróleo, religión o un pedazo de tierra, varios millones copulan para que vengan muchos más, o por el simple placer de darle alegría a su cuerpo. En todo el planeta muchísimos médicos salvan vidas diariamente, aunque a unos pocos se les vaya la mano con el paciente o al culo de la enfermera. También hay gente que reza con devoción por la salud de los enfermos y la memoria de los que ya no pueden ver Escenas de matrimonio. Y padres que quieren a sus hijos, consumiendo con ellos el poco tiempo y energía que les quedan cuando regresan exhaustos a casa. E incluso románticos que todavía escriben cartas de amor porque creen en él, plagiando a Bécquer con metáforas tan manidas como necesarias.

Cuando hoy enciendas el televisor, te volverán a apabullar con las soflamas políticas de las marionetas de siempre, y con el banquete diario de crímenes, violaciones y guerras. Pero también puedes optar por apagarlo, y contemplar a tu gato, a tu cónyuge, o a ti mismo. Entonces descubrirías que no todo es tan malo, y que de vez en cuando resulta hasta saludable constatar que en el mundo queda muchísima gente como tú. Seres que todavía pueden sentir la silenciosa belleza que les rodea, pues también forman parte de ella. Aunque afuera siga lloviendo.

lunes, 1 de octubre de 2007

El rey y yo

No es que Juan Carlos y yo seamos amigos. Ni siquiera nos hemos visto de lejos, separados por una horda de vítores y banderitas rojigualdas. Sin embargo, creo que nos conocemos tan bien como si hubiésemos compartido borracheras y putas. Porque ahora resulta que el rey es un personaje más de la prensa del colorín: mujeriego, vividor, vago y corrupto multimillonario. Los Peñafieles no paran de darle caña por esos motivos, cobrando una pasta por ponerlo a parir en la nueva ágora pública que es el ventano digital. Pero el público, que enfervorecido aplaude las gracias de estos contertulios ante una señal del regidor, no se percata de que las miserias del rey son las de ellos mismos. “Cada pueblo tiene los gobernantes que merece”, y el nuestro, aunque ahora nos rasguemos las vestiduras, no es una excepción.

Es cierto que la gran mayoría de los españoles sustituye la caza por el pantano, los yates por el Xsara Picasso y las recepciones oficiales por las comidas demenciales en casa de la suegra. No seré yo quien te descubra que en nuestra democracia está todo muy mal repartido. Pero seguramente tú, y yo, y cualquiera de nosotros, se colaría de rondón en ese mundo ideal, que cantaba el ahora bailarín Serafín Zubiri. No debemos de olvidar que somos el pueblo que inspiró la literatura picaresca, alcanzando su máximo esplendor con Quevedo, pero cuyos influjos llegan hasta la España de Zapatero.

Todos nosotros llevamos dentro el espíritu “Soy un truhán, soy un señor”, que en los setenta cantaba el hijo de Papuchi y en los ochenta mitificó Tricicle. Si podemos, los nacionales nos colamos en la compra, y si nos devuelven de más nos lo quedamos; robamos ancho de banda inalámbrico, pirateando de paso todo lo que se ponga a tiro de ratón; nos colamos también en las bodas, buscando el regalo más barato de la lista, y comprándonos ropa para esos eventos que devolveremos el lunes siguiente; y prolongamos exageradamente una baja médica, por no ver el careto del mismo impresentable al que lamemos el culo para que nos ascienda y así poder lamer otro trasero de más rancio abolengo.

Esta España que ha convertido al Dioni en un icono nacional, no puede exigirle gran cosa a los de arriba. Si tú o yo pudiésemos corrompernos, seguramente seríamos como ellos. Compadrearíamos con reyes y presidentes de repúblicas, con empresarios y sindicalistas, con nobles y villanos. Y a la salud del pueblo nos repartiríamos un gigantesco pastel, que no entiende de diabetes ni de ideologías monárquicas o republicanas. Como ya decía nuestro citado Quevedo: “El dinero no cambia a la gente, sólo la descubre”.